Hoy
amanecí viendo como has intentado desgarrar
toda mi alma, como tu espalda azul ha engañado
estas manos, que esperaron, en su inercia, por ti.
Desperté.
Abrí los ojos y aún las lágrimas del día anterior
se paseaban por los valles de mis pestañas odiosas;
que no saben como aplacar el instinto asesino,
esa furia que solo tu sabes despertar en ellas.
Desperté.
Te amé, andé tu cuerpo en un trineo de dulzura,
y lo amargaste con tus falsas plegarias.
Y miramos atrás con la fé de encontrar,
el pasado que quema.
Y gracias, por hacerme despertar de este
letargo de ramas incendiarias, capaces de
consumir todo tu amazonas rojo sangre;
por involucrarme en esta revolución de orugas '
que no serán más.
He despertado!
Tu aliento de cianuro me despertó... a tiempo...
Gracias. Se enredó el camino en sus propias
trenzas de maldad; vivió en una silla por años
a la espera de la anciana flaca, la risible,
la de caderas con puñales, la de escopetas amarillas
saliendo de sus hombros.
Ha disparado y desperté.
El éxtasis de dormir al fondo del lago
del pantano, y despertar... si, despertar
abrazado al fango, hacer el amor a la maleza,
preñar las esperanzas de las lilas
que una vez fueron doncellas a tus pies.
Desperté e intenté pasar por una ruta tan conocida
como tu espalda, y estuve perdido;
ni siquiera los besos estampados en tu derrière,
me pudieron enseñar el verdadero camino
a las sensibilidades que ya habían abrazado mis
conspiraciones mas oscuras con tu altar.
Al despertar te vi abrazada, no a mi, si no a la oscuridad
y a la mediocridad, que te fueron recíprocos,
pero hipócritas al abrazarte de vuelta,
con pedazos de espejos sin reflejo, rotos, en sus manos.
Tus codos en mi cuello fueron somnífero letal.
Tus nalgas, vistas desde tu asesina espalda,
cual alucinógeno me robó el aire y me paseó
por las ranuras de tus deseos... Los sucios.
Y ahí... Justo ahí, desperté.
Ya no quise estar más.
toda mi alma, como tu espalda azul ha engañado
estas manos, que esperaron, en su inercia, por ti.
Desperté.
Abrí los ojos y aún las lágrimas del día anterior
se paseaban por los valles de mis pestañas odiosas;
que no saben como aplacar el instinto asesino,
esa furia que solo tu sabes despertar en ellas.
Desperté.
Te amé, andé tu cuerpo en un trineo de dulzura,
y lo amargaste con tus falsas plegarias.
Y miramos atrás con la fé de encontrar,
el pasado que quema.
Y gracias, por hacerme despertar de este
letargo de ramas incendiarias, capaces de
consumir todo tu amazonas rojo sangre;
por involucrarme en esta revolución de orugas '
que no serán más.
He despertado!
Tu aliento de cianuro me despertó... a tiempo...
Gracias. Se enredó el camino en sus propias
trenzas de maldad; vivió en una silla por años
a la espera de la anciana flaca, la risible,
la de caderas con puñales, la de escopetas amarillas
saliendo de sus hombros.
Ha disparado y desperté.
El éxtasis de dormir al fondo del lago
del pantano, y despertar... si, despertar
abrazado al fango, hacer el amor a la maleza,
preñar las esperanzas de las lilas
que una vez fueron doncellas a tus pies.
Desperté e intenté pasar por una ruta tan conocida
como tu espalda, y estuve perdido;
ni siquiera los besos estampados en tu derrière,
me pudieron enseñar el verdadero camino
a las sensibilidades que ya habían abrazado mis
conspiraciones mas oscuras con tu altar.
Al despertar te vi abrazada, no a mi, si no a la oscuridad
y a la mediocridad, que te fueron recíprocos,
pero hipócritas al abrazarte de vuelta,
con pedazos de espejos sin reflejo, rotos, en sus manos.
Tus codos en mi cuello fueron somnífero letal.
Tus nalgas, vistas desde tu asesina espalda,
cual alucinógeno me robó el aire y me paseó
por las ranuras de tus deseos... Los sucios.
Y ahí... Justo ahí, desperté.
Ya no quise estar más.